No ha sido fácil acostumbrarme a vivir bajo la sensación de vértigo que producen las ciudades y lo reconozco diciendo también que ha sido decisión propia vivir en ellas. Ya he cambiado varias veces de urbe y cada vez me localizo en una más grande y más poderosa. Contaminación, inseguridad, altos costos, poco tiempo, algo de soledad y mucha ansiedad produce la ciudad y en todo caso no puedo pensar en dar marcha atrás y volver a estar tranquila. Puede ser temor a sentirme aburrida.
Aunque no vaya al teatro todos los días, no sea habitual de los cines, de las discotecas, de los bares, de las tiendas, de los mercadillos ni de los museos, siempre quiero tener la posibilidad de usarlos cuando y con quién quiera. Necesito sentir cerca el movimiento aunque yo no haga parte de él, o por lo menos no activamente.
Después de un día atareado, en el que pienso tentativamente en irme a vivir a la sierra, en una cabaña, acompañada de zorrillos y mapaches, llego a casa, tiro la cartera, me tomo un vaso de agua y me tumbo en el sofá retro del salón. Mucho tiempo tardé en encontrarlo perfecto: de tres puestos, con muy buen tamaño, tapizado en piel y tan cómodo que cualquier tipo de estrés desaparece con solo tumbarse en él y cerrar los ojos. El diseño es original de los años setentas. Mayor información en la página Web www.city-furniture.be