¿Quién no deseó, sobre los 12 años, ser ya un adulto para no tener que acatar las órdenes de una madre desesperada con el desorden o de un padre preocupado por el rendimiento en el Instituto? No vale la pena recalcar lo tonto del deseo porque ahora que ya somos mayores lo que quisiéramos sería volver a tener 12 años, o mejor 16. No tener que preocuparnos por pagar los impuestos, las matrículas, la gasolina del coche y la compra mensual, y al contrario, solo hacer nuestro mejor esfuerzo por vivir en paz con nuestros hermanos y compañeros.
En todo caso ser niño tampoco es un asunto fácil, no nos olvidemos de la capacidad que tiene un niño de magnificar pequeños y cotidianos asuntos del día a día. La inmadurez y el desconocimiento del entorno tiene de positivo la posibilidad de experimentar y de negativo el temor y los traumas que puede causar esa experimentación si se hace sin guía y además se cuenta con mala suerte. Yo trato de que mis nenes hagan lo que se prorponen –es otra forma de decir qué me gusta que hagan lo que quieran- pero que reconozcan las consecuencias que pueden tener sus actos y las asuman.